Archivos para 16 julio 2005

Te has ido tan pronto…

"Permite que te invite a la despedida
no importa que no merezca más tu atención
así se hacen las cosas en mi familia
así me enseñaron a que las hiciera yo.

Permite que te dedique la última línea
no importa que te disguste esta canción
así mi conciencia quedará más tranquila
así en esta banda decimos adiós.

…Y al final
te ataré con todas mis fuerzas
mis brazos serán cuerdas al bailar este vals.
…Y al final
quiero verte de nuevo contenta
sigue dando vueltas
si aguantas de pie.

Permite que te explique que no tengo prisa
no importa que tengas algo mejor que hacer
así nos podemos pegar toda la vida
así si me dejas no te dejaré de querer".

 
"…Y al final" (Bunbury)
 
María… Te has ido. Ayer te fuiste tan pronto, sin decir nada. Hace tiempo que nos perdimos. Hace tiempo que decíamos que teníamos que vernos. Hace tiempo que queríamos volver a encontrarnos. No me ha dado tiempo, y me siento tan culpable… Siempre estabas conmigo, lo sabes. Nunca te olvidé, aunque nos separamos, no dejaste de ser tú, "María la rubia", la Manzano, la Valtuille…
 
Ahora ya no sé qué pensar ni qué sentir. Es horrible. Me siento tan mal, me siento tan confuso… Y sé que te echaré de menos… Quiero llorar… Tú sabes lo que eras para mí, sabes que te quise mucho, y ahora, en realidad, recuerdo que aún te quiero, aunque estuvieras lejos… no te voy a olvidar, lo siento, pero no.
 
Estés donde estés, María… sigues siendo tú.
 
Mi amiga María (28/Junio/1981 – 15/Julio/2005).

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La flor del principito

" (…) Aprendí bien pronto a conocer mejor esa flor. En el planeta del principito siempre había habido flores muy simples, adornadas con una sola hilera de pétalos, que apenas ocupaban un lugar y que no molestaban a nadie. Aparecían una mañana en la hierba y luego se extinguían por la noche. Pero aquélla había germinado un día de una semilla traída no se sabe de dónde y el principito había vigilado, muy de cerca, a esa brizna que no se parecía a otras briznas. Podía ser un nuevo género de baobab. Pero el arbusto cesó pronto de crecer y comenzó a elaborar una flor. El principito, que asistió a la formación de un capullo enorme, sentía que iba a surgir una aparición milagrosa, pero, al abrigo de su cámara verde, la flor no terminaba de preparar su embellecimiento. Elegía con cuidado sus colores. Se vestía lentamente y ajustaba uno a uno sus pétalos. No quería salir llena de arrugas como las amapolas. Quería aparecer con el pleno resplandor de su belleza. ¡Ah!, ¡sí! ¡Era muy coqueta! Su misterioso atavío había durado días y días. Y he aquí que una mañana, exactamente a la hora de la salida del sol, se mostró.
 
Y la flor, que había trabajado con tanta precisión, dijo en medio de un bostezo:
– ¡Ah!, acabo de despertarme… Perdóname… Todavía estoy toda despeinada…
El principito, entonces, no pudo contener su admiración:
– ¡Qué hermosa eres!
– ¿Verdad? – respondió suavemente la flor -. Y he nacido al mismo tiempo que el sol…
El principito advirtió que no era demasiado modesta, ¡pero era tan conmovedora!…
– Creo que es la hora del desayuno – agregó enseguida la flor -. ¿Tendrías la bondad de acordarte de mí?
Y el principito, confuso, habiendo ido a buscar una regadera de agua fresca, sirvió a la flor.
 
Así lo atormentó bien pronto con su vanidad un poco sombría. Un día, por ejemplo, hablando de las cuatro espinas, dijo al principito:
– ¡Ya pueden venir los tigres con sus garras!
– En mi planeta no hay tigres – objetó el principito -; y además, los tigres no comen hierba.
– Yo no soy una hierba – respondió suavemente la flor.
– Perdóname…
– No temo a los tigres, pero siento horror a las corrientes de aire. ¿No tendrás un biombo?
"Horror a las corrientes de aire… No es una suerte para una planta – observó el principito -. Esta flor es bien complicada…"
– Por la noche me meterás bajo un globo . Aquí hace mucho frío. Hay pocas comodidades. Allá, de donde vengo…
Pero se interrumpió. Había venido bajo forma de semilla. No había podido conocer nada de otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender en la preparación de una mentira tan ingenua, tosió dos o tres veces para poner en falta al principito.
– ¿Y el biombo?…
– ¡Lo iba a buscar, pero como me estabas hablando!…
Entonces la flor forzó la tos para infligirle, aún así, remordimientos.
 
De este modo, el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, pronto dudó de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía muy desgraciado.
– No debía haberla escuchado – me confió un día -; nunca hay que escuchar a las flores. Hay que mirarlas y aspirar su aroma. La mía perfuma mi planeta, pero yo no podía gozar con ello. La historia de las garras, que tanto me había fastidiado, debió haberme enternecido…
 
Y me confió aún:
– No supe comprender nada entonces. Debí haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras. Me perfumaba y me iluminaba. ¡No debía haber huído jamás! Debía haber adivinado su ternura, detrás de sus pobres astucias. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla (…) "
 
Capítulo VIII de "El Principito", de Antoine de Saint-Exupéry.
Sobre su flor.
 

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Relato

Éste es el primer relato que escribí, hace algunos años. Como mi pieza de colección en la entrada anterior, sigue teniendo mucho sentido, y sigue siendo, para mí, maravilloso. Y como la de antes, me importa más bien poco lo que penséis. Pero os lo presto.
 

El  demonio interior  

                3 de junio. El principio. Cuando aún no sabía nada de su futuro. Hacia el ocaso del sol se le ocurrió que debía hablar con él para aclarar el asunto. Estaba seguro de que no habría ningún problema, al menos en principio. Aunque si no reaccionaba como esperaba tampoco le preocupaba, porque sólo eran conocidos, desde hacía muchos años, pero sólo conocidos. De modo que se dispuso a salir. Cogió su camiseta favorita, se metió en ella y saludó con disgusto al cálido bochorno que ya empezaba a hacerse notar. Había elegido esa prenda porque necesitaba confianza en sí mismo, y ninguna otra le confería tanta seguridad. En una leyenda con letras rotas decía: “Ningún hombre es feliz hasta que no mata a su demonio”.  

            Al doblar la esquina pudo contemplar el sangriento horizonte que agonizaba previo a la oscuridad. Aunque el Sol ya no le dañaba las pupilas a esa hora, bajó de su cabeza las gafas oscuras y se protegió los ojos. Le gustaba el aspecto que daba de noche con gafas de sol.  

            Por el camino se encontró con un par de indeseables que pretendían no saludarle, como siempre. Pero esta vez no sería él quien se sentiría incómodo; a sólo dos metros de ellos se movió a un lado, quedando justo en medio de la acera, obligándoles a separarse y desviar su rumbo a disgusto. Si querían pasar de él, esta vez su hipócrita actitud se los comió. No le dio mayor importancia, pero siguió caminando con una sonrisa en la boca que se alimentaba de las protestas que pudo oír de uno de ellos a lo lejos.  

            Por fin llegó a la casa. Tomó aire y llamó al timbre. Silencio. La noche ya había cubierto con su manto la bóveda celeste y eso le hacía sentir cómodo. De hecho, apenas salía durante el día. De nuevo llamó. Silencio. Se impacientaba. Odiaba esperar, pero era lo único que hacía. Esperaba con el tiempo. Contaba los segundos. Estaba tan harto de esperar que había llegado a acostumbrarse. Hasta en ocasiones tenía la sensación de ser el tiempo. Cuando andaba por el salón de su casa, mirando por la ventana, veía a los coches pasar, los niños correr y árboles mecerse con el viento. Pero si se detenía, quieto, sin moverse, no veía a nadie, el viento se callaba, la gente desaparecía. Era entonces cuando decidía dormir para pasar el tiempo más rápido. 

            Cuando posaba el dedo corazón sobre el pulsador, oyó el zumbido de la puerta. Empujó y entró. ¿Segundo o tercer piso? Daba igual, si no era el uno, era el otro. Subió por las escaleras. El pasillo de tonos claros tenía una pared invadida de pequeñas manchas oscuras en la zona inferior, casi en el suelo. Siguió avanzando. La puerta. Muy ancha, podrían entrar dos como él sin ladearse. Estaba entornada. Entró. Las luces estaban todas apagadas, salvo la del baño y la del dormitorio al final del corredor, cuyo resplandor asomaba nada más entrar. No lo tenía muy claro. Empezaron a atacarle las dudas. Intentaba pensar en ello, y cuanto más lo hacía, más claro tenía que no había sido una buena idea. Pero ya estaba allí, y le esperaba. Avanzó con paso lento y atención, de forma que alcanzó a oír un leve tintineo metálico, según creyó, en la cocina. Pero la puerta estaba cerrada y no tenía forma de saber lo que estaba ocurriendo allí dentro… salvo entrar.  

            Había hablado con él la semana anterior, y habían acordado que en menos de un mes acabarían con ello. Le conocía, y sabía que no movería un dedo por iniciativa propia. Por eso se decidió a dar el paso e ir hasta allí. Era algo desagradable. No era lo que quería hacer, sino lo que tenía que hacer. Volvió a mirar hacia el corredor; el resplandor se había extinguido y el tintineo había cesado justo después de convertirse en un sonido parecido a la fricción del metal con el cuero. Abrió la puerta de la cocina de golpe y… nada. Ni luz, ni sonido. Se oyó un grifo abrirse. Un grifo potente y que vertía el agua sobre más agua. La bañera. Pero de paso a la cocina había cruzado por delante del cuarto de baño y no había nadie. Se dirigió allí. Entró abriendo la puerta que de algún modo se había cerrado silenciosamente. Era una habitación suficientemente grande como para poder tumbarse en el suelo completamente estirado, sin que estorbara nada. A la derecha, la bañera, llenándose. No podía ser. No había tapón en el desagüe y sin embargo el nivel del agua alcanzaba ya la tercera parte de la capacidad total sin escapar por la tubería. Hizo una mueca de rareza y se giró sobre sus talones. El lavabo. Encima, el espejo. Su imagen. Había adelgazado en los últimos meses y curiosamente se veía más fuerte. El sonido del agua cayendo enmudeció tras de sí. Se volvió y observó que el grifo estaba cerrado, y la bañera llena casi hasta el borde. Esta vez su gesto fue de indiferencia. Miró de nuevo hacia el espejo, pero no se vio. De nuevo rareza. Abrió mucho los ojos, escudriñó el cristal atentamente, lo palpó con la mano izquierda, confuso.  

            Como el ataque de un escualo, algo se aferró a su hombro y lo tiró hacia atrás, cayendo de espaldas. El golpe le nubló la vista, pero ante él una figura delgada le observaba. Se agachó y entonces pudo adivinar la cara a poca distancia de la suya. Realmente estaba tan cerca que intentó retirarse, pero no entendía por qué no conseguía moverse. De pronto se vio a sí mismo haciendo presa en su cuello inmovilizando cualquier posibilidad de protesta. Era él mismo quien ahora levantaba la mano derecha, pero más delgado, y parecía más fuerte. Se sentía atado al suelo con mordazas que no alcanzaba a ver. Lo único que vio fue la mano derecha interrumpir la continuidad de su piel… en su otra mano derecha, la que no podía mover. La recién afilada navaja de afeitar quedó parcialmente hundida en rojo y carne en la muñeca. Y estaba solo. Nadie más en la habitación. Miró de nuevo hacia la muñeca, con expresión de horror en su rostro, pero la navaja medio oxidada ya no estaba allí. En lugar de eso, vio el reloj: las nueve. Se había dormido donde no debía. Con paso decidido se fue del parque hacia casa. Destellos de fuego en el cielo. Casi choca con dos tipos que le cerraban el paso. Cuando se giraron para increparle, callaron al ver su atuendo.  

            Subió las escaleras. Aplastó con el pie algunas cucarachas que empezaban a trepar por la pared del pasillo. Abrió la puerta y entró. Pasó por la cocina, luego al baño y abrió el grifo de la bañera. Se desnudó y se metió en el agua caliente. Tres horas después quedaba bajo el agua, y en su pecho desnudo decenas de profundos cortes manaban en carmesí la misma frase que se leía en el trozo de tela que taponaba la salida de agua: “Ningún hombre es feliz hasta que no mata a su demonio”.  

Roth

(Verano 2001)

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Una pieza de la colección

Aquí os pongo el séptimo de mi colección de sonetos. Lo escribí hace ya mucho tiempo, pero sigue teniendo tanto significado… Espero que nunca deje de tenerlo. Nunca he "publicado" algo mío así, pero bueno. Sinceramente, me da igual que no guste, tiene cosas increíbles para mí, por eso sé que es genial.
 
 

VII  

En las paredes grandes de la roca fría

en la fuerte ira de la marejada

en la dura espina de la alambrada

en la hiriente y horrible luz del día.

 

En el hueco negro de tu mirada

en tu aliento frágil que me guía

en la piel de tus labios que me enfría

en esa ahogada voz de tu llamada.

 

En la oscura verdad de tu misterio

en la falsa imagen de tu retrato

en la amenaza que crece más fuerte.

 

En todas las regiones de tu imperio

en el pobre final de mi relato

ya nada encuentro que no me dé muerte.

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Ayer me acordé de ti

Ayer me acordé de ti. Era de noche. Estaba en la cama, intentando dormir. No sé por qué, pero me puse a recordar. Me da rabia ahora no recordar todo lo que pensé, pero fue mucho, de verdad. Recordé tu manera de andar, tu voz (oscura ), tus manos grandes, tus expresiones, tu paciencia, tus juegos… Cuando jugabais con Héctor y conmigo para entretenernos, cuando te quedabas en casa cuidándonos, y nos sacabas al parque. Cuando jugabas a cualquier cosa para que no nos aburriéramos. Recordé que me enseñaste a leer y a escribir. Recordé cuando llegaba a casa después de clase y estabas allí porque habías subido a vernos, y me decías: "Hola, músico", y me dabas una palmadita en la cara con cariño. Tantos gestos, tantas cosas, tantos detalles, tantos recuerdos, tantos momentos, tantas palabras, tantas frases, tantas expresiones y tantos consejos. Todos los recuerdo. Recuerdo tu bondad y tu corazón. Recuerdo tu paciencia. Recuerdo tu cariño y tu dedicación. Recuerdo tu amor. Y ahora todos te recuerdan exactamente igual que yo. Todos te echan en falta. Todos los días te recuerdo, todos. Recuerdo una noche de cumpleaños, a las 3 de la mañana, con todo nevado. Fui a buscarte, porque no recordaba dónde te habías quedado a descansar. Y hablé contigo, a solas, en voz baja, pero yo sé que me escuchaste, estoy seguro. Sentía que cada uno de mis pensamientos eran escuchados por ti con atención, cariño y gratitud. Ojalá te hubiera prestado más atención. Si te hubiera cuidado más no te echaría tanto en falta. Si hubiera sido consciente de que Su mano te abrazó y te llevó para siempre, ahora no estaría escribiendo esto. Sabes que no te irás nunca, porque siempre te quedaste con nosotros. Sigues estando muy cerca, y te siento aquí, aunque a veces no lo parezca, pero te aseguro que me acuerdo mucho de ti. A veces, hasta dormido me he atrevido a ir a visitarte, o a dejar que me visitaras. Y me sentía tan bien… Nos diste una lección a todos. Cuando Ella llegó, dijiste: "No me importa". Nadie podría decir algo así, sólo tú, y eso te hace tan grande… más aún de lo que ya eras.
 
Si me hubiera acordado más de ti entonces, ahora no me entristecería haberte recordado tanto anoche…
 
Nunca me he olvidado de ti, abuelo (26-08-1920 / 21-06-1996).

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