Archivos para 16 julio 2005
Te has ido tan pronto…
Publicado por rothcave en Uncategorized el 16/07/2005
no importa que no merezca más tu atención
así se hacen las cosas en mi familia
así me enseñaron a que las hiciera yo.
Permite que te dedique la última línea
no importa que te disguste esta canción
así mi conciencia quedará más tranquila
así en esta banda decimos adiós.
…Y al final
te ataré con todas mis fuerzas
mis brazos serán cuerdas al bailar este vals.
…Y al final
quiero verte de nuevo contenta
sigue dando vueltas
si aguantas de pie.
Permite que te explique que no tengo prisa
no importa que tengas algo mejor que hacer
así nos podemos pegar toda la vida
así si me dejas no te dejaré de querer".
La flor del principito
Publicado por rothcave en Uncategorized el 12/07/2005
Relato
Publicado por rothcave en Uncategorized el 02/07/2005
El demonio interior
3 de junio. El principio. Cuando aún no sabía nada de su futuro. Hacia el ocaso del sol se le ocurrió que debía hablar con él para aclarar el asunto. Estaba seguro de que no habría ningún problema, al menos en principio. Aunque si no reaccionaba como esperaba tampoco le preocupaba, porque sólo eran conocidos, desde hacía muchos años, pero sólo conocidos. De modo que se dispuso a salir. Cogió su camiseta favorita, se metió en ella y saludó con disgusto al cálido bochorno que ya empezaba a hacerse notar. Había elegido esa prenda porque necesitaba confianza en sí mismo, y ninguna otra le confería tanta seguridad. En una leyenda con letras rotas decía: “Ningún hombre es feliz hasta que no mata a su demonio”.
Al doblar la esquina pudo contemplar el sangriento horizonte que agonizaba previo a la oscuridad. Aunque el Sol ya no le dañaba las pupilas a esa hora, bajó de su cabeza las gafas oscuras y se protegió los ojos. Le gustaba el aspecto que daba de noche con gafas de sol.
Por el camino se encontró con un par de indeseables que pretendían no saludarle, como siempre. Pero esta vez no sería él quien se sentiría incómodo; a sólo dos metros de ellos se movió a un lado, quedando justo en medio de la acera, obligándoles a separarse y desviar su rumbo a disgusto. Si querían pasar de él, esta vez su hipócrita actitud se los comió. No le dio mayor importancia, pero siguió caminando con una sonrisa en la boca que se alimentaba de las protestas que pudo oír de uno de ellos a lo lejos.
Por fin llegó a la casa. Tomó aire y llamó al timbre. Silencio. La noche ya había cubierto con su manto la bóveda celeste y eso le hacía sentir cómodo. De hecho, apenas salía durante el día. De nuevo llamó. Silencio. Se impacientaba. Odiaba esperar, pero era lo único que hacía. Esperaba con el tiempo. Contaba los segundos. Estaba tan harto de esperar que había llegado a acostumbrarse. Hasta en ocasiones tenía la sensación de ser el tiempo. Cuando andaba por el salón de su casa, mirando por la ventana, veía a los coches pasar, los niños correr y árboles mecerse con el viento. Pero si se detenía, quieto, sin moverse, no veía a nadie, el viento se callaba, la gente desaparecía. Era entonces cuando decidía dormir para pasar el tiempo más rápido.
Cuando posaba el dedo corazón sobre el pulsador, oyó el zumbido de la puerta. Empujó y entró. ¿Segundo o tercer piso? Daba igual, si no era el uno, era el otro. Subió por las escaleras. El pasillo de tonos claros tenía una pared invadida de pequeñas manchas oscuras en la zona inferior, casi en el suelo. Siguió avanzando. La puerta. Muy ancha, podrían entrar dos como él sin ladearse. Estaba entornada. Entró. Las luces estaban todas apagadas, salvo la del baño y la del dormitorio al final del corredor, cuyo resplandor asomaba nada más entrar. No lo tenía muy claro. Empezaron a atacarle las dudas. Intentaba pensar en ello, y cuanto más lo hacía, más claro tenía que no había sido una buena idea. Pero ya estaba allí, y le esperaba. Avanzó con paso lento y atención, de forma que alcanzó a oír un leve tintineo metálico, según creyó, en la cocina. Pero la puerta estaba cerrada y no tenía forma de saber lo que estaba ocurriendo allí dentro… salvo entrar.
Había hablado con él la semana anterior, y habían acordado que en menos de un mes acabarían con ello. Le conocía, y sabía que no movería un dedo por iniciativa propia. Por eso se decidió a dar el paso e ir hasta allí. Era algo desagradable. No era lo que quería hacer, sino lo que tenía que hacer. Volvió a mirar hacia el corredor; el resplandor se había extinguido y el tintineo había cesado justo después de convertirse en un sonido parecido a la fricción del metal con el cuero. Abrió la puerta de la cocina de golpe y… nada. Ni luz, ni sonido. Se oyó un grifo abrirse. Un grifo potente y que vertía el agua sobre más agua. La bañera. Pero de paso a la cocina había cruzado por delante del cuarto de baño y no había nadie. Se dirigió allí. Entró abriendo la puerta que de algún modo se había cerrado silenciosamente. Era una habitación suficientemente grande como para poder tumbarse en el suelo completamente estirado, sin que estorbara nada. A la derecha, la bañera, llenándose. No podía ser. No había tapón en el desagüe y sin embargo el nivel del agua alcanzaba ya la tercera parte de la capacidad total sin escapar por la tubería. Hizo una mueca de rareza y se giró sobre sus talones. El lavabo. Encima, el espejo. Su imagen. Había adelgazado en los últimos meses y curiosamente se veía más fuerte. El sonido del agua cayendo enmudeció tras de sí. Se volvió y observó que el grifo estaba cerrado, y la bañera llena casi hasta el borde. Esta vez su gesto fue de indiferencia. Miró de nuevo hacia el espejo, pero no se vio. De nuevo rareza. Abrió mucho los ojos, escudriñó el cristal atentamente, lo palpó con la mano izquierda, confuso.
Como el ataque de un escualo, algo se aferró a su hombro y lo tiró hacia atrás, cayendo de espaldas. El golpe le nubló la vista, pero ante él una figura delgada le observaba. Se agachó y entonces pudo adivinar la cara a poca distancia de la suya. Realmente estaba tan cerca que intentó retirarse, pero no entendía por qué no conseguía moverse. De pronto se vio a sí mismo haciendo presa en su cuello inmovilizando cualquier posibilidad de protesta. Era él mismo quien ahora levantaba la mano derecha, pero más delgado, y parecía más fuerte. Se sentía atado al suelo con mordazas que no alcanzaba a ver. Lo único que vio fue la mano derecha interrumpir la continuidad de su piel… en su otra mano derecha, la que no podía mover. La recién afilada navaja de afeitar quedó parcialmente hundida en rojo y carne en la muñeca. Y estaba solo. Nadie más en la habitación. Miró de nuevo hacia la muñeca, con expresión de horror en su rostro, pero la navaja medio oxidada ya no estaba allí. En lugar de eso, vio el reloj: las nueve. Se había dormido donde no debía. Con paso decidido se fue del parque hacia casa. Destellos de fuego en el cielo. Casi choca con dos tipos que le cerraban el paso. Cuando se giraron para increparle, callaron al ver su atuendo.
Subió las escaleras. Aplastó con el pie algunas cucarachas que empezaban a trepar por la pared del pasillo. Abrió la puerta y entró. Pasó por la cocina, luego al baño y abrió el grifo de la bañera. Se desnudó y se metió en el agua caliente. Tres horas después quedaba bajo el agua, y en su pecho desnudo decenas de profundos cortes manaban en carmesí la misma frase que se leía en el trozo de tela que taponaba la salida de agua: “Ningún hombre es feliz hasta que no mata a su demonio”.
Roth
(Verano 2001)
Una pieza de la colección
Publicado por rothcave en Uncategorized el 01/07/2005
VII
En las paredes grandes de la roca fría
en la fuerte ira de la marejada
en la dura espina de la alambrada
en la hiriente y horrible luz del día.
En el hueco negro de tu mirada
en tu aliento frágil que me guía
en la piel de tus labios que me enfría
en esa ahogada voz de tu llamada.
En la oscura verdad de tu misterio
en la falsa imagen de tu retrato
en la amenaza que crece más fuerte.
En todas las regiones de tu imperio
en el pobre final de mi relato
ya nada encuentro que no me dé muerte.
Ayer me acordé de ti
Publicado por rothcave en Uncategorized el 01/07/2005